México Distrito Federal, 20 de marzo, 8:33 PM, 2033.
El agua me llegó a los tobillos. Desde la última inundación resultó imposible extraer tanto líquido de la ciudad y algunas colonias quedaron completamente anegadas, entre ellas la mía.
Vivo en un pequeño departamento en la Colonia Narvarte, en un segundo piso. Los vecinos de abajo se fueron hace dos meses cuando el agua les empezó a llegar a los tobillos.
Al principio fue un espectáculo raro pero bonito, ver como la ciudad se iba llenado de agua y en algunas partes los taxis eran reemplazados por lanchitas. Pero con el pasar de los años el agua no paraba de subir. La mayoría de los parques de la zona por donde vivo quedaron sumergidos, con las copas de los árboles asomando en la superficie.
La basura también se convirtió en un problema, pero lo mejor de todo fue que la inseguridad parece que no anda bien sobre el agua, se vuelve difícil correr, de hecho si antes la gente caminaba poco por las calles, ahora menos.
Me acuerdo cuando a comienzos del 2010 se hablaba de la escacés, de todos esos proyectos que querían traer a toda costa agua a la ciudad; nadie pudo hacerlo mejor que la madre naturaleza.
En lo que antes era el centro de mi edificio ahora oigo a unos niños chapoteando; es gracioso, cruzan el centro del patio nadando para treparse a la escalera que lleva a la azotea para desde ahí saltar hacia la calle, bueno, hacia el canal que quedo afuera del edificio. Los autos solían pasar a toda velocidad por esta cuadra, ahora con suerte pasan algunas lanchas.
La gran emigración comenzó hace unos cinco años, la gente se empezo a ir de la ciudad, algunos por el agua, otros por la basura y algunos locos como yo preferimos quedarnos; ver como el paisaje cambia frente a tus narices no tiene comparación. Por suerte todos estos cambios se fueron dando en los últimos veinte años, nada de repente. Los que se fueron y los que nos quedamos tuvimos tiempo de hacer preparativos. En mi caso duermo en una hamaca.
No me olvido de los primeros discursos que decían que ya pasaría, que el agua iba a bajar en algún momento. Ilusos; el agua llego para quedarse.
Como cuando los españoles arrivaron a Tenochtitlán y encontraron un paisaje similar a lo que ellos conocían como Venecia, ahora el agua se extendía por toda la parte sur de la ciudad, alimentada de lluvias y ríos que desendían por las montañas a caudales.
Pero debo de confesar que este nuevo panorama no me es para nada desgradable, muchas aves y animalitos han ido regresando, algunos tomando edificios y casas abandonadas como nuevos refugios. Debajo de las escaleras que antes bajaban a la entrada de mi edificio se acomodó una familia de castores, cada tanto bajo a dejarles algún bocado de comida o simplemente a ver como viven, ahí donde Manuel, mi vecino, estacionaba su bicicleta hace sólo un año.
Una hermosa y abundante variedad de plantas y árboles fueron brotando a travéz de las calles y las avenidas, sobre los postes de luz y las antenas de teléfonos celulares.
La vida parece haber regresado a la selva de cemento. Agasapandose detrás de las puertas del progreso, aguardado durante cientos de años. Ahora no existen alambrados ni muros ni carreteras que impidan su acometida.
Sí, la ciudad me gusta mucho más que antes. Pero tengo un problema, el agua me llegó a los tobillos. Creo que voy a tener que buscar un lugar mas alto si me quiero quedar aquí.
CapSolo® 01-2010
martes, 19 de enero de 2010
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