En la calle empezaban a cantar los pajaritos, el hombre del gas ya venía cantando su canción hace unas dos horas. La espectativa de diversión me quitaba el sueño y no pude aguantar mas entre las sabanas. Me levanté.
Una ducha fue casi suficiente para despejarme de lagañas, un cafe y un porro produjeron el efecto inverso. Los últimos preparativos y supongo la partida.
Unas llamadas de Lilian y algunos mensaje reconfiguraron en corta medida los planes. Mike ya estaba en la puerta esperandome. Preferí no llevar mi auto, no tenía sentido si solo ibamos a viajar Mike y yo en este contingente.
El encuentro era en el parador pasando la primer caseta rumbo a Cuernavaca. Al principio parecía que seríamos muchos pero la concurrencia se fue acotando a lo largo de los días y las horas. Aun no sabíamos con exactitud con quien nos encontraríamos; la verdad es que no importaba, la fiesta la cargabamos en la cajuela del coche.
Fuimos los primeros en llegar, bueno, de nuestro grupo, el lugar ya se encontraba atestado de vacacionistas que, como nosotros, querían aprovechar los dos miseros días que permitía el día de muertos y se aprontaban desde bien temprano para la huída.
En cuestión de minutos (treinta) empezaron a llegar los otros autos con sus respectivos pasajeros. Otra media hora despues nos encontrabamos nuevamente sobre el asfalto, esta vez en busca de algo de alimento que nos propiciara un poco de energía para el resto del recorrido, considerando tambien que un poco de grasa en nuestros estomagos aplacaría tal vez una parte del alcohol que se avecinaba.
La parada fue en Tres Marías, un parador alimenticio sumamente concurrido por los viajantes de estos rumbos; el menú, variado, quesadillas de papa y chorizo para algunos, sopes de bistec para otros y tacos de cecina, o al plato, para los mas delicaditos. Todo acompañado con unas cervezas micheladas (limón en el fondo, hielos y sal en el borde del vaso), cabe mencionar que para entonces el sol aun no había llegado a su punto mas álgido de la jornada.
Mike me sorprendio con la compra de un six de latas para el camino y eso fue todo para emprender el tramo final del viaje. Y asi fue.
La carretera se encontraba relativamente descongestionada y sin inconvenientes llegamos al super donde nos propusimos adquirir el combustible con el que funcionaríamos durante el evento que venía a continuación.
El resto del camino consistió en una serie de infinitos topes, un sol abrasador y un trayecto final a lo largo de varias cuadras empedradas en un paisaje de sierras que parecía encontrarse extremadamente lejos de la civilización -aunque en realidad estabamos a escasas seis cuadras de la carretera-.
La caravana completa fue llegando a la casa y la mecha del desmadre se dejó encender, estaba todo dicho, el escape era practicamente imposible y no se podía hacer otra cosa mas que bailar, beber y divertirse.
Se conectaron cables, mezcladoras y bocinas; se abrieron latas, botellas y el chocar de vasos se dejo oir en los fondos de Chacampalco Hills. No había vuelta atras.
Conforme las horas pasaban el tremor sonoro iba percutiendo las articulaciones de las personas y para la puesta del sol no existía una sola alma que no bailara exitadamente al son de maracas, una guitarra falza y el embravecido grito de: salud!
La noche cayó sobre nuestras cabezas y no sirvió mas que para sacar a colación las bebidas mas fuertes, los tragos mas infames y las combinaciones mas improvisadas de licores y elixires. Algunos juegos clásicos de fiestas se dejaron ver con el único fin de ingresar mas líquido en los torrentes sanguineos.
En cierto momento de la noche perdí la conciencia, depositando mi cuerpo ya enrarecido en una reposera que localice a un costado de la alberca. Desde la profundidad de mi intoxicación me llegaban rumores de una fiesta que aun no quería terminar.
Al cabo de un rato fue tanto el calor que emanaba del convivio que no pude hacer otra cosa que levantarme y sintonizar nuevamente aquella radio bastarda que nunca había dejado de trasmitir sus notas infames de algaravía y diversión inagotable. En lo que canta un gallo me encontraba otra vez entre la muchedumbre bailando y alzando mi vaso de plástico rojo.
A lo largo de la noche vi a algunos caer y a otros levantarse, asi era todo, en eso se había convertido este explosivo convivio. Una suerte de fiesta en actos en donde los personajes entraban y salían de escena cual obra de Shakespeare, omitiendo, por supuesto, las galanterías y todo ese protocolo que suelen olvidar los que mucho han bebido.
Baile, mucho baile, musica, marihuana y alcohol, hasta que se acabo; se acabaron las botellas, los vasos... y las energías.
Lo último que escuche aquella noche fue el cantar de unos gallos a lo lejos, un sutil despunte de sol brillaba en el horizonte y una nube etílica alborotaba mi cabeza.
Desperte dentro de una tienda de campaña abrumado por el calor que proponía el sol desde tampranas horas. El resto consistió en ordenar y regresar, esas dos cosas que no nos gustan ni hacer ni hablar de ellas.
Cap.Solo
martes, 6 de noviembre de 2007
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