miércoles, 12 de septiembre de 2007

Deseo

Que rico sentir el olor de una carnecita cociendose en el horno, sentir el ruido de la cebolla friéndose en un sabroso infierno en compañía de unas pecaminosas papas.
Por sobre la barra que divide la sala de la cocina se escabulle un delicioso aroma a morrón rojo, se distingue porque su olor viaja con las partículas que despide sobre el jugo de ese pecetto tan magro como un martini.
Me acerco flotando hasta la ventana del horno y los descubro. Todos ahí en la gran orgía de calor y grasa derretida. Empapándose, revolcándose y chisporroteando unos sobre otros.
Las batatas parecían ser las más desenfrenadas, creí haber visto a alguna rodar sobre aquel pecetto hereje; esa expresión no imagino poder olvidarla nunca.
Pero había algunos invitados que daban la pinta de estar deshaciendose en su propio jugo, frotandose contra el otro extremo del pedazo de carne estaban las cebollas hechas trizas en un mar de sudor que escandalizaría al mismísimo Marques de Sade, y lo pondría a escribir sobre aquello.
Nada puedo decir del morrón que grafíque de lo que mis ojos fueron fieles testigos. Tan solo podría comentar que lo sorprendí en completo éxtasis. Él mismo se encontraba avergonzado por sus actos pero no por eso le quitaba las manos de encima a una papa intimidada, recluída en un rincón y tiritando de pánico; mientras con sus oblongos pies quería alcanzar a toda costa el tracero de otra lujuriosa cebolla insaciable.
Eso era una bacanal, un verdadero festín ausente completamente de pudor; un ensayo que dejaba a los párrafos bíblicos sobre Sodoma y su prima ciudad a la altura del cuento de los tres cochinitos.
No me pareció correcto ver más, preferí respetar su intimidad y retirarme antes de ser testigo de escenas más desopilantes aun; regresé flotando en el aroma de mis pensamientos hasta la sala de mi departamento.
Me di cuenta de que había estado muy lejos, a miles de kilómetros de distancia, porque en mi morada nadie cocina en este momento, ni huele a carne al horno.

27-4-2005

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